EL TRIUNFO DE EROS

El triunfo de Eros (Incitación a su lectura)

Miguel Veyrat (Valencia, 1938), poeta insólito, solitario y solidario, verdadero hápax en un panorama poético caracterizado –con honrosas excepciones- por la insignificancia o las resonancias de ecos sin voces, realiza implacablemente el ministerium (que es también mysterium) de su escritura siguiendo la consigna de Goethe, que hiciera suya Juan Ramón Jiménez: “como el astro, sin precipitación y sin descanso”. Por ello, a esa altura de la vida en la que la sabiduría es gracia y don por todo lo vivido, y aun sabiendo que nunca entrará en la tierra prometida del significado y el sentido último de la existencia, puede atisbarla sin engaños ni mistificaciones, aunque apenas podamos alcanzar un conocimiento precario y evanescente, un tanteo en la niebla, como afirmaba Cernuda.
Tal es el núcleo de su aventura poética, presidida como muy acertadamente ha señalado Daniel-Henri Pageaux por una experiencia de pasaje, de un viaje iniciático en cuyo trayecto nos transformamos dià-logos, a través de la palabra que nos hace humanos, pero que también nos lacera, dejándonos este conocer verdadero -como dijera en el último verso de “En el infierno de las sirenas” de Diluvio- “una herida sin respuesta”. Porque escribir poesía, cuando es auténtica y no mera retórica poética, es siempre respirar por la herida, como afirmaba Leopoldo de Luis. Por ello la escritura (y la lectura) de Veyrat es siempre lúcidamente dolorosa, aunque nos proporcione una belleza distinta y libre (“pulchritudo vaga”) tan ajena al cumplimiento de encorsetados cánones previsibles (“pulchritudo adhaerens”).
Tu nombre es Eros culmina un ciclo en el que las obras anteriores han marcado
verdaderos hitos en esa agónica exploración en los límites del lenguaje, que es también indagación personal y vital en los límites de la conciencia propia, apropiación de la palabra, construcción y deconstrucción a través de ella de un mundo que poder habitar, de una morada que nos salve, aunque sea por un instante, de la intemperie en que vivimos, del vacío y de la nada. “Forzar los límites de la palabra fronteras/ del lenguaje. Ir más allá”, nos había dicho en El hacha de plata.


FUERA MÁSCARAS


Veyrat sabe que, para intuir aquello que verdaderamente nos humaniza, hemos de
desnudarnos, desprendernos de todos los disfraces, renunciar a todas las falsas apoyaturas que nos impiden acercarnos al lugar del “Poema único”, ese que nunca llegaremos a escribir, pero que da sentido y justifica cada uno de los poemas, si apuntan hacia él. Por ello –ya lo había señalado con palabras de Nietzsche en el dintel de acceso a Diluvio- es necesario dejar de creer en la gramática, ir más allá de ella (aunque, paradójicamente, a través de ella o de sus residuos, de sus pecios) para desembarazarnos de ese Dios creado para cerrar en falso las grandes preguntas. Por ello, en este libro, podría tal vez afirmar, como Juan Ramón: “¡Qué trueque de hombre en mí, dios deseante,/ de ser dudón en la leyenda/ del dios de tantos decidores,/ a ser creyente firme/ en la historia que yo mismo he creado/ desde toda mi vida para ti!”.
Tras el Diluvio, que lo destruye todo, que regenera en palingenesia, pues supone la
muerte y el renacimiento a la vida a través del agua, podemos ahora vivir ese tránsito de la “leyenda”, de la falsedad y el engaño, del consuelo ilusorio, a la “historia” de cada uno de nosotros, en la que adquiere sentido cada momento de la existencia, ahora recreado, captado, comprendido, en la palabra.
En los ritos de tránsito, en los puntos culminantes de los pasajes, tiene un lugar
especial la poética del nombre, tan importante en toda la obra de Veyrat, pero que aquí es el fundamento mismo de la creación. Ahora se afirma: Tu nombre es Eros. Y ese posesivo, ese “tu”, como el “tú” de la poesía última de Cernuda, es a la vez marca de soliloquio, de conversación consigo mismo, de autoconocimiento y dilucidación de la conciencia (“Mi nombre es eros” es el título de una de las secciones), pero también apelación vocativa al otro, apertura a la alteridad y a la otredad, descubrimiento en nosotros mismos de una raíz, un origen, un impulso, que está también en los demás. Paradójicamente, cuanto más atravesamos la propia circunstancia, sin negarla, más nos aproximamos a esas estructuras antropológicas del imaginario humano que encuentran cauce adecuado en el mundo de los mitos, especialmente de los mitos griegos, tan presentes en toda la obra de Veyrat, pero especialmente acentuados en esta.
Orfeo y Tiresias, Lesbos y el Hades, Diótima y Afrodita, Artemisa y Alceo, Edipo y las Ménades, Aracne y Atenea, Delfos, Mnemosine y Apolo, Dioniso y Deméter, Heracles y la Gorgona… todos ellos circulan por estas páginas articulando significados y sentidos a la vez idénticos y distintos a los proporcionados por los grandes relatos míticos, en búsqueda agónica de las causas, aitíai, del origen…
Y esa raíz, ese origen, esa pulsión fundamental de la existencia es, en efecto, Eros.
Somos animales de fondo de aire deseantes, porque Eros y Thanatos son los instintos básicos que mueven a cada ser humano, instinto de vida / instinto de muerte, irremediablemente unidos, que actúan conjuntamente en lucha y tensión, en contradicción y paradoja, como la existencia misma. Eros construye y une. Thanatos destruye y separa. Por eso, sin evitar el horizonte último de lo “thanásico”, Tu nombre es Eros es un intento de sinergia y de convergencia, de trazar en la palabra –aunque constantemente se nos escape una posibilidad de conocimiento y de sentido. Orfeo, que cruza toda la obra, nos conducirá también en esta catábasis (que, paradójicamente, nos conducirá hacia lo más elevado), para proclamar finalmente el sentido del canto, que brota del cuerpo fragmentado, de una cabeza que quiere seguir hablando tras la muerte, y de la sangre misma.

LA FUERZA QUE MUEVE EL UNIVERSO


Hemos señalado en otras ocasiones la extraordinaria importancia que para Miguel
Veyrat (y la rara conciencia que tiene de ello) tienen todas las operaciones y fases creativas (que comienzan ya en la lectura y en el diálogo con otras voces que tejen esa extraordinaria polifonía e intertextualidad que le caracterizan): inventio, dispositio, elocutio… Búsqueda de un tema central y de los motivos asociados para la aventura de la palabra poética siempre entendida como viaje de conocimiento que se transforma a cada paso. Esmerado diseño de una estructura que permita a la vez la progresión y la vuelta al origen. Agónica búsqueda de cada palabra, de cada adjetivo, de cada sustantivo, de cada verbo, de la forma de construir cada verso de este poeta al que Françoise Morcillo ha considerado un vanguardista del siglo XXI que habla para las generaciones venideras.
Algún día habrá que reflexionar a fondo sobre este complejo proceso, en el que la dimensión “temática”, la inventio, es pulsión inicial, pero nada cerrada, nada fija, que se transforma a través del proceso de la escritura. Y que sigue sangrando como pregunta abierta, sin ninguna clausura en falso, pero con importantes claves de dilucidación. Se ha transformado incluso el propio título de este libro en diversos tanteos, que reflejaban ese diálogo entre las partes y el todo: “Regreso al Cero”, “Carbono catorce”, o la conexión con impulsos seminales de su poesía anterior, “La herida sin respuesta”. Pero, yendo siempre más allá, Veyrat sí quiere ensayar, intentar una respuesta, que no puede venir más que de Eros. Porque sólo Eros es capaz de reconstruir el mundo desde el principio, desde el origen.
Porque Eros es la fuerza que mueve el Universo, pero muy especialmente este mundo humano, el mundo de la vida (Lebenswelt). Porque al final, Eros triunfa sobre Thanatos y, como sentencia el último versículo de la última sección “Regreso al cero”, “Al verdadero temblor del crudo deseo seguirá cantando la cabeza de Orfeo”. Eros en el principio y en el final, alfa y omega, único impulso capaz de sostener un nombre que nos justifique y nos devuelva nuestra verdadera identidad.
Las voces que cruzan a través del poemario son muchas y muy diversas. Muestran las fuentes principales de Veyrat: poesía y filosofía. Así, coloca en su frontispicio citas de Heidegger y de Anne Carson, que apuntan tanto al asombro como principio u origen de la filosofía, como hacia la dimensión dinámica y lúdica de Eros. Falta de Eros y de entraña, la filosofía y su logos que ha querido desterrar el mito es solo “flatus vocis”. Y por ello –es la última frase del libro- “La filosofía nunca tendrá la última palabra”. Porque esa palabra extenuada en su “regressus ad originem” o “regressus ad uterum” será poética y será –tal vez- silencio en que todo converja y desemboque. Ceniza. Pero ceniza con sentido. Polvo.
Pero, como quería Quevedo, “polvo enamorado”. Es –como venimos diciendo y ahora subrayamos- el triunfo de Eros sobre la muerte. Estuvo en el origen, y estará, también, en el final. Un final iniciático. Un umbral. Tal vez hacia la nada, el vacío, el cero… Pero un umbral desde el que podemos captar y vivir el sentido del canto que busca el sentido.


CONOCER EL UMBRAL

Antes de la ya acostumbrada sección de “Notas prescindibles & alcabala de deudas”, oímos aún resonar potentes al Dante, que nos habla de la fuerza del amor, que mueve el sol y las estrellas, y Chantal Maillard con una frase de su libro La mujer de pie: “Hablo a quienes conocen el umbral”. Dos potenciales de sentido que contienen claves imprescindibles de comprensión.
Se ha repetido hasta la saciedad que Veyrat no es un poeta fácil; que su lectura requiere una competencia cultural y poética muy especial que no todos los lectores poseen, porque dicha competencia es, sobre todo, vital, experiencial y nada culturalista (aunque pueda sonar a paradójico). Pero es la parà-doxa la que nos permite cuestionar todas las doxas, todos los dogmas, todas las creencias infundadas… Porque es imprescindible, como quería Antonio Machado, aprender a “repensar lo pensado, a desaber lo sabido y a dudar de la propia duda, que es el único modo de empezar a creer en algo”. A creer, por ejemplo, en la vida, en la palabra, en el amor… y también a creer en el dolor que vida, palabra y amor nos causan, porque no pueden apoyarse en ningún “fundamento fundante” y están siempre movidos por la fuerza de Eros. Por ello hemos de volver al origen, reinterpretar los grandes mitos (y ningún mito poético tan potente como el de Orfeo, porque en él se disuelven todas las dualidades y nos lleva a la fragmentación y a la muerte… pero una muerte que no es capaz de acabar con el canto).
¿Cómo incitar a la lectura de Tu nombre es Eros? Según la Real Academia, “incitar”
es “inducir con fuerza a alguien a una acción”, en este caso, a la lectura del libro que
comienza cuando terminen estas palabras. La fuerza con la que -como lector privilegiado que he sido- quiero conminarles a la lectura, también se llama Eros. Porque toda lectura auténtica es un acto de amor, y un acto de valor. Sobre todo, cuando el camino que se nos propone no es fácil. Y cada cual debe reconstruir, desde la palabra de Miguel Veyrat, su propio trayecto, su propio recorrido. Afrontar sus propios miedos y superar las cortantes aristas… Sintiendo el impulso de seguir siempre hacia adelante, especialmente cuando todos los caminos parecen estar cerrados, cuando la palabra, escindida (a veces incluso por esas peculiares tmesis o encabalgamientos léxicos de nuestro poeta), detenida, descoyuntada en su sintaxis, más allá de las normas de puntuación, sigue apuntando hacia un significado y un sentido que tal vez no nos sea dado alcanzar, pero que no podemos dejar de buscar, porque Eros nos impulsa a ello.
Aquí se juega fuerte, al todo o nada… “Todo es magia o nada”, “Todo es metáfora o nada: Tú”. Es la magia de la palabra, que nos inviste de poder (Macht), que nos lanza siempre más allá en ese metà-phorein, en el que no podemos quedarnos mirando el dedo cuando el sabio señala la luna. Más allá, siempre, desde la materia que somos, engendrados en esta Matria a la que pertenecemos y que iguala a todos los seres humanos en nuestra ignorancia y búsqueda agónica del sentido.

Y aunque el elemento dominante sea el agua, lo líquido, el río que nos viene de Heráclito, la poética material de Veyrat nos recuerda constantemente el barro, la tierra de la que venimos; el aire para la respiración y el vuelo, que aquí encarnan esas peculiares aves (el mirlo, siempre el mirlo) del universo poético veyratiano (¡ya es hora de que apliquemos a su obra ese calificativo singular y propio!)… Y el fuego… “En memoria de un fuego primordial que podía ser cantado”.
“Cerrad las puertas ahora”, proclamaban los cantos órficos reservados a los iniciados.
Pero Veyrat sabe que la última y más auténtica iniciación es la muerte (como recuerda, a partir de Fedón), lo único que nos unifica a todos los seres humanos en lo desconocido, aunque lo niegue en uno de los postreros apotegmas de su libro: “Porque la muerte no supone ninguna iniciación”, rebelándose contra la finitud al conjuro del canto ininterrumpido del Universo en el que cree, pues como ya pudimos leer: “Al verdadero temblor del crudo deseo seguirá cantando la cabeza de Orfeo”, Mientras todo llega, y en esa preparación para el instante que nos consuma, que llamamos vida, mientras Eros nos impulsa, es imprescindible abrir a los vivos las puertas de la mente. A través de un logos con entrañas:


De sangre mortal
será la real
iniciación,
abrid a los vivos
puertas en las
mareas de la mente.
Ahora, hermano lector, comienza tu propia aventura.


Manuel Ángel Vázquez Medel

Introducción a Tu nombre es Eros (Ediciones Tigres de papel, colección «Bengala», n.º 34, Madrid 2018)

 

Web design by Carlos Turpin

Con la colaboración de Miguel Veyrat

© 2022 Miguel Veyrat