Poema Miguel Veyrat

Foto: Juan Carlos Muñoz

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MIGUEL VEYRAT

Miguel Veyrat ha preferido, a lo largo de una trashumancia que incluye una década de libros, la decantación del verbo, la apuesta por lo conciso y, sobre todo, la inteligencia de que la poesía es una revelación preñada de misterio o, en la simetría en cruz, un misterio henchido de revelaciones. Una de las principales premisas de la poética de Veyrat, respirante en cada uno de sus organismos verbales, desde Antítesis primaria (Adonais, 1975) hasta La voz de los poetas (Calima, 2002), es la certitud de que la verdadera fragua del fulgor poético es enemiga de la gratuidad y del facilismo. En el prólogo puesto a Elogio del incendiario, José Infante definió con puntería la médula del obstinado rigor practicado por el poeta de Valencia: Hay poetas que están atentos sobre todo a las modas y modos que dictan sus contemporáneos. Son los que suelen encabezar las antologías. Los hay que escuchan sólo la voz que les dicta el camino de la perfección técnica y la artificiosidad de las formas consagradas por la tradición o las vanguardias. Son esos «buenos poetas» de los que habló Pessoa. Y los hay, finalmente, que sólo tratan de escuchar el ruido de su propio corazón y prender la llama que avive el incendio que les devora por dentro. Suelen ser los menos y alguna vez, sólo alguna vez, encuentran un hueco entre sus contemporáneos. Miguel Veyrat pertenece, sin duda, a esta última especie de poetas. Más aún, Veyrat pertenece a ese pequeño grupo de poetas que además de escuchar el ruido de su corazón se proponen tensionar el lenguaje hasta lo imposible. Hasta que este salta en chispas y hay que recomponerlo para que pueda ser entendido el mensaje secreto que generalmente sólo puede expresarse a medias por las palabras.

La siembra de la luz, transfigurada en palabra silenciosa que reclama los ojos del lector para encarnar en voz, en aventura sonora, es una práctica que reconoce en los antiguos alquimistas similares motivos. El contacto de las palabras —su callada fricción en el erial de la hoja— propicia, cada vez que el poeta urde su voz, la reinvención del fuego original, cuya almendra, como la luz según la correspondiente consigna hermética, es negra. En el centro de la soledad, la comunión, el puente que cimienta la poesía.

Eloy Sánche Rosillo

Foto: Adriana Veyrat Janés

En los entresijos del barroco lacónico o barroco del silencio, como definió Francisco Umbral el arte de Veyrat en el prólogo a Adagio desolato (Endymion, 1984), sobresale la paralela génesis de un mundo imaginado por el lector. Lo diré de otro modo: cada poema de La voz de los poetas —sobretodo aquellos que se han propuesto fungir como indagación espontánea del mysterium verbal (metafísica instantánea según la conocida expresión de Bachelard)— incita a quien lo lee a la construcción, simultánea y acaso más morosa, de un escenario hipotético donde despliega sus alas otro poema, ése que nace desde los versos de Miguel Veyrat y, por ello mismo, desde sus demonios interanimantes (Pavese, Rilke o Eliot). Somos copartícipes, entonces, de un doble gozo: el poema de Veyrat y el otro poema, el que imaginamos junto con él a partir de sus versos.

Gilberto Prado Galán
Nuevo México, junio de 2001

 

ÚLTIMOS LIBROS

La rama verde

Travesía de la Melancolía

Luna de cuándo y dónde

La lengua de mi madre

Las cosas como fueron

La ora azul

Quién lo diría

Razón del mirlo

 

Françoise Morcillo, Miguel Veyrat. Passages de l’aube, Epílogo de Daniel-Henri Pageaux, Clásicos del mañana, L’Harmattan, París, 2019.

 

 

Françoise Morcillo

Passages de l’aube

Passages de l’aube es un homenaje al poeta español Miguel Veyrat Por su octogésimo cumpleaños.

 Si comenzó brillantemente su carrera con el periodismo y cultivó la ficción y el ensayo, fue hacia la poesía hacia la que quiso volcarse muy pronto. Entró en la escritura poética como otros en la religión, encontrando allí su razón de ser, una moralidad de vida.

Françoise Morcillo

Miguel Veyrat. Passages de l’aube

Passages de l’aube es un homenaje al poeta español Miguel Veyrat Por su octogésimo cumpleaños.

«Si comencé brillantemente en mi carrera por el periodismo y cultivé la ficción y el ensayo, esta es la poesía que quise convertir desde muy temprano. Entró en la escritura poética como otros en la religión, encontrando allí su razón de ser, una moralidad de vida.«


Llevadas desde el principio por los versos del premio Nobel Juan Ramón Jiménez, impregnados de los de Rimbaud y Celan, son obras inscritas en un ímpetu profundamente humanista, alternando poesía y filosofía, desde el cantor azteca Nezahualcóyotl hasta Rilke, de Philo d’ Alejandría a Heidegger o María Zambrano. Ávido lector de poesía –recordaremos su ensayo, Fronteras de lo real / Frontières du réel–, es también traductor de André Breton y Jacques Darras. Contrabandista de poesía, fue galardonado con el Premio Stendhal de la Asociación de Escritores y Traductores Españoles.
Amante de la aurora, despliega una palabra poética o afirma con fuerza un pensamiento libre -libertario- sobre un rico trasfondo de memorias culturales, clásicas o contemporáneas. Y, tanto por la deflagración del lenguaje como por los luminosos intercambios con el mundo, Miguel Veyrat es considerado con razón un “Clásico del mañana”.

Françoise Morcillo, Miguel Veyrat. Passages de l’aube, Epílogo de Daniel-Henri Pageaux, Clásicos del mañana, L’Harmattan, París, 2019.

En la Red

LECTURA DE POEMAS

Miguel Veyrat nos apunta, en el introito del documento fílmico que agregamos, que tuvo la fortuna de contar con el aliento de la voz del poeta Luis Cernuda. Y a modo de preámbulo a la lectura de algunos versos de su “Razón del mirlo”, nos cita un hermoso pasaje del libro «Ocnos» del sevillano.

 

RAZÓN DEL MIRLO

Por Juan Bote Valero. Texto: Luis Alejandro Contreras Loynaz

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