NOVEDADES

LA ORA AZUL

Yo solo soy yo cuando estoy solo es un verso debido a Miguel Hernández. En esa misma insularidad ha vivido y vive, como creador, Miguel Veyrat, discípulo confeso de Juan Ramón Jiménez y de Luis Cernuda, y refractario a la aceptación del final de la Edad de Plata. Igual que Hölderlin prefigurara, desde su archipiélago, una aurora nueva para el mundo, Veyrat ha ido alumbrando, verso a verso, título tras título, todo un universo poético donde conviven, constelados, el mito y el logos, la ciencia y la magia, la historia y la leyenda hasta convertir su obra poética, por sí misma, en un capítulo apasionante de la literatura en lengua española. De ese capítulo, lúcido, palpitante y atípico, forma parte La ora azul; su lectura, por tanto, es ineludible.

Óscar González

La ora azul, Ediciones de La Isla de Siltolá (2022).

PUNTOS DE FUGA

Constantemente repito que la escritura rompe cualquier lugar establecido, para asentarse, sólida y emotiva, en el taller de autor, sin más requerimiento que despertar un lenguaje propio, un punto de fuga. Miguel Veyrat (Valencia, 1938) periodista en prensa, radio y televisión y autor polivalente, escribe poesía desde la adolescencia y ha dejado en el camino medio centenar de entregas. Explora fórmulas como el ensayo metaliterario y filosófico, la poesía y la narración ficcional, con un concepto abierto de los géneros literarios como estrategias transversales y de fusión. Como advirtiera Ezra Pound, con habilidad y convicción, “cada escritor repite, diluye y modifica” ya que la mejor aspiración de la página escrita es dar vuelo a significados aurorales del idioma, ampliar posibilidades, ir más allá, constatar que la realidad es solo un enigma en sombras.
Con La ora azul –publicado en Ediciones de la Isla de Siltolá, el sello sevillano donde han aparecido varias entregas del autor: El hacha de plata (2016), Diluvio (2018), Furor & Fulgor (2020) y Fuga desnuda (2021) –Miguel Veyrat suelta hilo de nuevo a su sensibilidad lírica. La dedicatoria reivindica la memoria de una presencia casi desvanecida, Leopoldo de Luis, y se amplía a los llamados poetas mayores, imprescindibles, cuyo trayecto es magisterio y armonía expresiva, como se manifiesta también en la amplia nómina de autores que sirven de pórtico a cada apartado.
La compilación La ora azul opta por reagrupar el material lírico en diez tramos definidos por sustantivos conceptuales: aire, palabra, niebla, tiempo, lengua, piedra, herida, ora, materia. En su desnudez, cada palabra apunta rincones de la inteligencia cuyo recorrido conmueve y ayuda a comprender. Tiende el poeta a lo esencial y emplea el poema breve, con versos cortos que practican el fraccionamiento de la oración y el encabalgamiento. De este modo, el texto deja la sensación de un cálido acorde musical, aunque su semántica sea muy densa en ocasiones, como si abocara a un cierto hermetismo simbólico y la marea verbal se apoyara en los márgenes del surrealismo. La palabra poética convierte al sujeto hablante en un observador que mira el entorno y se mira a sí mismo, como campos del pensamientos que esquivan un único sentido existencial y velan enunciados biográficos o sombras contingentes de la temporalidad.
La poesía es un estar en la palabra, y de esa percepción metaliteraria se nutre el segundo apartado, dedicado a la poeta Mery Sananes. La facultad pensante, necesita el vivo don del idioma, la fuerza aclaradora de las palabras. En ellas debe moverse el mensaje y su fuerza sensitiva y musical. Es la poética y su energía emotiva una búsqueda y un intento de adquirir un movimiento armónico, una definición entre la niebla gris de la sintaxis.
Se trata de ahuyentar lo oscuro y poner claridad en el fluir del pensamiento, siempre sometido a la precaria naturaleza del tiempo, como si la escritura, con sus manos de tinta, fuese capaz de modelar otro espacio real en el que sea posible la convivencia entre materia y espíritu, la tarea de ser en otro tiempo: “Ahora que navega y / Vuela mi envoltura vacía / Por su cósmico tapiz yo seré yo / La tinta que late en / Todo texto y creeré ser mi / Propio tiempo individuo inmortal”.
El apartado “Herida”, dedicado al poeta y aforista Javier Sánchez Menéndez manifiesta un fuerte sentido crítico. La voz poética zarandea ese culto a los ídolos que exige el desmantelamiento de la inocencia y la sumisión al dogmatismo; nada queda de la prístina mirada de la infancia, tras la herida. Es tarea entonces del poema cicatrizar la herida y mantener en el aire la hora azul, el vuelo del libre pensamiento que expande en el aire claridad y belleza.
El poeta cierra La ora azul con un nutrido cuaderno de notas deudas. Con una intensa crecida cultural se desvela la razón del título, que proviene de Ora marítima, obra de un poeta clásico del siglo IV Rufo Festo Avieno, protagonista de un mágico periplo por la costa mediterránea, y se hace una intensa cosecha de referentes personales que integra, entre otros, los nombres de Sem Tob de Carrión, Leopoldo de Luis, Jorge Urrutia, Mery Sananes, Efi Cubero y Ali Portinari, un apócrifo del propio autor.
Como recuerda la breve nota final de Óscar González, Miguel Veyrat es un poeta insular, una voluntad literaria a contracorriente que vive la poesía como un don misterioso e inexplicable, como un ejercicio de revelación; una mirada diagonal capaz de avanzar hacia dentro desde las palabras. Así nace su peculiar poética del lenguaje, su propensión al hallazgo entre las sombras y su capacidad para abarcar campos semánticos de distintos legados culturales. Así nace también la ora azul, un libro que establece vínculos entre materia y palabras, que deja la herencia indeleble de muchas lecturas y oye, en el confín del aire, “el latir luminoso de los astros”.

 José Luis Morante

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